Recuerdos de viajes de un italiano escondido

de Enrico Proietti

Traducción de Magdalena Álvarez
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Mar Muerto

09.06.2015 06:24

Este es el recuerdo de lo no visto. No hecho, no visitado, no vivido.

Como si la sal, punto clave y a la vez reflexión difusa del paisaje, fuese a la vez la vida arrebatada y solidificada por el espejo inmenso y perfecto de aquel agua inmota. Lot se había establecido aquí abajo. ¿Qué granos serán su mujer?
Y si ahora pienso en ello, ¿es esto como un volverse hacia atrás? Quizás sí, por eso los recuerdos son estatuas inexpresivas.
No habla En Gedi, cerrada, precluida, escondida en sus gargantas floridas, y tampoco se muestra Massada, alta allá arriba, quién sabe dónde, quién sabe cuándo. Qumran engaña refractando espejismos de un sí que sí no es.
Poderoso como es, este espejo se mata incluso a sí mismo. Porque no es posible que sean los hombres quienes lo sequen, quienes extraigan sangre vital de la arteria que discurre para nutrirlo. No los ángeles que salvaron a Lot. Si acaso demonios.

¿Son estas hordas de rusos escuadras infernales? Por cómo vulgarizan el misticismo del espejo, uno diría que sí. Roban la sal: la arrancan y la meten dentro de bolsas de la compra de plástico. No arden sus pálidas pieles porque en la depresión se forma un estrato de gas que hace de barrera a los rayos del sol. No hablan sino su lengua, los carteles de las tiendas exhiben caracteres cirílicos y el personal está compuesto por rusos, judíos rusos, creo.
El calor es elevado y sequísimo. Una pequeña ciudad de nada ha sido alzada sobre las orillas del Mar Muerto, compuesta solo de hoteles y desolados centros comerciales: ¡al menos que estuvieran animados!
Todo está muerto en las orillas del Mar Muerto. Muerto él, muertos los rusos, muertos por el dinero repentino, muerta la inteligencia, incluso aquella de la especulación sobre las rentas. Muerta la alegría, salvo raras excepciones, afortunadamente incurables. No hay alegría entre enfermos de psoriasis, matronas en busca de la juventud, trabajadores palestinos fingiendo integración. Es un turismo sanitario que como mucho sonríe, pero a reír no llega. No, el embadurnarse el cuerpo de barro negro no hace reír, ni leer el periódico sentado en el agua, ni la absurda presencia de un surf anclado al lado de una superficie sobre la que la alta presencia de sal no dejará jamás nacer una ola. Ni siquiera si de nuevo el Señor hiciese llover el azufre y el fuego del Génesis[1] o las piedras de arcilla endurecida de la Sura de Hud[2].
Ni siquiera si Biblia y Corán admitiesen el parentesco. Ni siquiera si los unos y los otros sobre las riberas de Jordán se reconociesen hijos de Abraham o Ibrahim, como se quiera. Aquí, frente a tanto espejo, no se ríe.
A veces ni siquiera se sonríe. Como delante de un buffet de desayuno estilo inglés sin cerdo. Porque a pesar de ser una situación cómica, se la vive con tristeza. La mojama de atún, o del pescado que sea, es triste. Es la señal de un pueblo que parece condenado a la tristeza, a pesar de las discotecas y las playas de Tel Aviv. Le falta una familia, ha vuelto a una casa que, pese a las convicciones, ya no era suya. Le faltan los hermanos. O hermanastros, irían bien igualmente. Puede que incluso mejor, cuando los hermanos tienen dientes de tiburón y rostros de rapaz.

No recuerdo haber hecho, ni haber visto, no haber vivido. He cumplido, he mirado, he dejado que el tiempo transcurriese, apretado en el valle que en un tiempo mítico era fértil llanura. Antes del castigo divino.
Me he dejado vivir. Como si me hubiesen constreñido ante una pantalla a ver la imitación de un lugar turístico. Figuras blanquecinas atravesaban en varias direcciones el campo, pero la toma era parecida a aquellas fijas y de baja calidad de las cámaras de vigilancia, ni la menor empatía con aquellos personajes me resultaba posible. La escenografía nunca mutante, cambiaban solo las tonalidades de saturación y a veces la luminosidad y contraste. Sombras y medias tintas se abatían periódicamente sobre el celeste y sobre el azul. Tan solo, por feliz suerte, un virus producía flujos que buscaban y atraían mi atención.

No había sido así al llegar, antes de percatarme de qué era aquella representación. ¡Siempre el problema del conocimiento, preguntas originales de estas tierras! No conoces y te encandilas con Qumrán, te imaginas Massada, te relatas En Gedi. Después permaneces atónito en una hora que precede al anochecer cuando las cadenas de montes van variando del rosa al magenta, del cian al turquesa y se duplican perfectamente en la simetría refleja del espejo. Que da a entender clarores felices. Miente. Pero mientras, esa imagen casi artificial te hechiza. Aunque un poco te aterra, mostrando la pequeñez humana frente a la omnipotencia. Y sin embargo te seduce, te hace creer, esperar, ilusionarte de que la inmóvil extensión muerta no esté, y que tal vez sea tu ego sin límites quien le reavive verde vida.
Tú crees, tú esperas, te ilusionas.
No es así.

Muerto, muerto está este puto mar. ¿Cómo se me ha podido ocurrir que pudiese revivir? Una vez sumergida, la verde llanura no vive más. Muerta, muerta como este puto lago. Este Mar Muerto está muerto, y de tan muerto mata al amor. Esto es. Quizá está demasiado abajo. Como el Infierno. Es un lugar sin amor, este puto amor de mierda.

¿Por qué lo sentía yo solo? El hedor bituminoso que saturaba el aire lo notaba por todas partes, me colmaba la nariz y el cerebro. No era fuerte, en realidad; de lo contrario todos habrían salido corriendo. Y en cambio, permanecían a la orilla del Asfáltide. Yo me sentía tambalear en aquella atmósfera de depresión infiltrada por las exhalaciones.
Todo era postizo. Parece que en un tiempo hubo unas isletas en este lago de Sodoma, en las que vegetaban árboles parecidos a perales salvajes que daban fruto. O, según Paracelso, eran terebintos sobre los que la picadura de un insecto producía estos pomos que exhalaban un olor insoportable. Pomos con el exterior amarillo y un interior blanco que en invierno se volvía como ceniza. Fruta que adoptó como símbolo de la alegría que se desmenuza apenas se la toca. Y hay quien ha pensado que sean las que la vuelven como ceniza.

Dell'Asfaltide in seno
nasce frutto gentile,
che sotto manto d'or chiude il veleno,
e mentre in verdi fronde
fa pompa d'un tesor, la polve asconde:
tal è il piacer
del nudo arcier
di Venere,
sembra vago al veder, m'al tocco è cenere.
[3]

Pues bien, así de falso era todo, como los pomos de Asfáltide. En este lugar no me sentía en casa. No me ocurre casi nunca. Me he sentido en casa blanco en el África negra, o en un tren en Australia. Atravesando puentes con tablas de madera a modo de raíles para las ruedas en el Pantanal o por las calles cosmopolitas pero escandinavas de Malmö. Aquí no. Quería escapar. Como Lot. Mas para evitar nuevas mujeriles estatuas de sal me quedé.
Por otra parte, no tuve ángeles. ¿Y quiénes podían serlo? Ni entre aquellos rusos vulgares, ni entre aquello judíos olim, ni entre aquellos palestinos sedientos habría encontrado alas. Menos aún entre las matronas de incógnito que anhelaban retornar a Europa con la piel renacida, sin perjuicio de practicar alguna nueva, provisional, abusiva imitación de aliyah a las próximas señales sobre el rostro. Pero con el cerebro inmovilizado y el corazón agostado. Pomos de Asfáltide también ellas.
Me quedé, pues. Respirando la ceniza mortal de todos los pomos que se exfoliaban al primer toque de la verdad. La verdad: ¡qué extraño que esta resistiese en aquella landa falsa! ¿O era mi presunción reflejada por la imagen narcisista restituida por el espejo del agua?
Quemado por este dilema,
no vi,
no hice,
no visité,
apenas viví.

 

 

[1] Génesis, 19, 24.

[2] Sura de Hud, 82.

[3] “Il Tito”, acto II, escena IX. Melodrama: texto de Nicolò Berengan, música de Antonio Cesti. Primera representación: 13 febrero 1666, Venecia.
De acuerdo con el autor del relato, se facilita a continuación una versión, traducida de forma que se mantiene el ritmo métrico del texto de Berengan según la música de Cesti, a fin de intentar conservar el efecto original. El italiano de entonces, por otra parte, resulta más semejante al castellano que el actual, lo que permitirá al lector comprender también la traducción literal, en el fondo no tan distinta de la propuesta. Lamentablemente no es posible suministrar la partitura ni grabaciones del aria en cuestión. Sí es, en cambio, posible consultar el libreto íntegro, leer (en italiano) una breve presentación de la ópera e incluso escuchar la escena XVIII del segundo acto (indicada erróneamente en el vídeo) y la escena VIII del tercer acto, que abren una bella perspectiva sobre música y canto italianos en el siglo XVII.

De Asfáltide en el seno
nace fruto gentil,
de oro el manto repleto de veneno,
y así que en verdes frondas
pompa hace de un tesoro, el polvo esconde:
tal el recreo
del nudo arquero
de Venus,
lindo a la vista es, ceniza al tiento.