Recuerdos de viajes de un italiano escondido

de Enrico Proietti

Traducción de Magdalena Álvarez
___________________________ . silenzi@live.it

New York

29.03.2014 19:17

“Now, in this hate-filled world,
we must break all the chains
that have bound us.
Now, the crusade has begun,
we shall make this
a land fit for heroes. Now.
Stand up and fight,
for you know we are right.
We must strike at the lies
that have spread like disease
through our minds.
Soon we’ll have power,
every soldier will rest,
and we’ll spread our true kindness
to all who our love now deserve.
Some of you are going to die,
Martyrs of course to the freedom
that I shall provide.”

[Genesis, “Knife”, 1970]

 


Sí, también estuve yo, allá arriba, en el piso ciento y pico de las Twin Towers del World Trade Center. En otra ocasión estuve también en el Empire State Building. Sólo me he ahorrado a Miss Liberty.
Ahora la Torres Gemelas ya no están. Las fotografié desde abajo con un objetivo gran angular de 28 milímetros: aparecían más desmesuradas aún, y aún más parecían estar soportadas por aquella especie de estrechas arcadas neo-góticas que las separaban del suelo, única variante ecléctica, para los primeros pisos, en la monotonía racional de los dos grandes paralelepípedos. Ahora, las fotos de los periódicos nos muestran estos elementos arquitectónicos de vaga reminiscencia antigua como garras arañando el cielo pestilente, pero impotentes ante los escombros todavía humeantes. No zarpas, sino secas momificaciones patéticamente salidas de la fosa.
Harán de ello un monumento.
No quisiera equivocarme, pero en la filmación de hace diez años hay un encuadre de un avión hendiendo el azul helado de aquel invierno. Recuerdo seguramente la aceleración antigravitatoria sentida en el ascensor. ¿Qué altura tenían?¿450 metros, quizás? Pues bien, el elevator con cabida para decenas de personas a la vez tardaba 60 segundos. Velocidad media: 27 Km/h. El ascensor de mi casa, capacidad tres plazas, velocidad media: 2,16 km/h.
Datos que ya pertenecen a la historia, no a la ciencia, no pudiendo volver a repetirse. Idos, como el acero y el cemento donde se reproducían continuamente.
Las imágenes difundidas tienen una maldita trágica fascinación. El poder de la belleza demoníaca de la destrucción. Despiertan instintos adormecidos, o acallados por la moral, de un hombre que grita la propia violencia contra sus criaturas, incapaces de hacerlo llegar a ser Dios. Dios ha creado un pequeña, casi perfecta máquina: sólo que mortal. La pequeña criatura, vano homo faber, construye cosas que le sobreviven. Pero de vez en cuando colapsa y quiere allanar esta diferencia destruyendo a sus propios hijitos. Los encuentra culpables de no tener vida y no someterse a sus leyes con término, inexpresivos Moisés de San Pietro in Vincoli, poniendo de manifiesto su fracaso como nuevo Dios. Desahoga la furia por la mal destinada inmortalidad a martillazos contra las rodillas quebrando sus mudos, impasibles testimonios. Y es precisamente aquel su (en ellos, inmortales) silente sentido de superioridad, o de ausencia, de no respuesta, de fallida participación en su drama, lo que provoca en él la explosión.
Y a menudo el individuo, incapaz del simple valor de un disparo, lo sustituye por el asistir excitado a la devastación provocada por otros. Aquellos aviones penetraban la chapa, hacían añicos los cristales, una bola de fuego estallaba inconcebible, y el nivel moral, espantado, era preso del horror, mientra otro, instintivo, disfrutaba extasiado de la inmensa terribilità [1] del espectáculo final. Era como si las lenguas rojas y el sofocante gorgoteo negro, para dar muerte, diesen vida a las estúpidas torres. Ya no más altura ni más altanería de metros hacia el cielo. La estructura se derrumbaba, el fuego inflamaba furibundo: luego, el colapso repentino y total, el anonadamiento, el ground zero. Un mago de la psicología del inconsciente, diría yo, el que acuñó este término.
Las espectaculares victorias del hombre sobre la horizontalidad de la corteza terrestre han tenido también una muerte sublime, enorme: espectacular. Los terribles impactos de los aviones representan la violación de las convenciones, fragilísimas, sobre las que se apoya nuestro falible mundo. Basta una pequeña desviación de la línea para causar el desorden mortal. ¡Así de fácil! ¿Por qué quien conduce se mantiene a la derecha? Tan sólo un pequeño volantazo y ¡pam! Un accidente y el orden es derrotado, barrido: como una vida, como tantas vidas.
Otros, en estas horas pompeyanas, se disponen a ser cortados por segadores enloquecidos.
La venganza.
La guerra.
El odio.
Al odio no se responde con odio. ¿No queréis prestar oídos a la religión, que enseña cómo al odio se responde con amor? Pues prestadlos a la historia, a la experiencia. El odio lleva al odio y éste devuelve más odio, y así hasta el abismo. Siempre ha sido así.
Primero la han llamado guerra, después ya no. Pero gente morirá, ciudades serán arrasadas, venenos esparcidos, trampas ocultadas, miseria acarreada y desesperación sembrada con profusión, y consecuencias inimaginables pesarán sobre el futuro. ¿Por qué?
Porque  la venganza es la primera flor que perfora el hielo del dolor.
¿Es posible?
Es una flor negra, pero a menudo complace llevarla como luto.
Mientras escribo, France 2 informa de que Karl Heinz Stockhausen ha definido “aquello a lo que todos hemos asistido...la más grande obra de arte” que exista. La cita es quizás imprecisa en cuanto a las palabras (la he pillado al vuelo, de espaldas a la pantalla, mientras pensaba en italiano), pero en absoluto en cuanto al contenido. No la rechazo, prometo profundizar en el concepto. Demasiado cínica para ser lo que parece. Pero, entretanto, me estremezco. A ver; si dos aviones teledirigidos hubiesen acertado en una retransmisión en directo contra dos superrascacielos la víspera de la inauguración, totalmente vacíos de personas, y la gran llamarada y el gran colapso hubieran sido sólo un tremebundo espectáculo, entonces sí. La destrucción de la potencia, la violación de la virginidad americana, la subversión de un orden abstracto, la fascinación ya mencionada, la perfección técnica de las acciones, habrían creado una obra de arte trastornadora en su belleza.
Pero la muerte de un solo gorrión...Y sin embargo, más de seis mil personas han desaparecido. En el sentido real y preciso de que ya no queda nada de ellas, ni un mísero hueso, ni un jirón de ropa. Abrasadas, evaporadas. Hombres y mujeres, vidas hermosas o atormentadas, tal vez alguna reprochable: pero reprochable en tanto que era vida.
¿No basta el Tiempo? ¿No bastan los males?
No: cualquier imbécil debe decidir en su lugar.
Y frente a tanta iniquidad, ¿hasta cuándo, Señor, suplicaré sin que me oigas; clamaré a ti: ¡Violencia!, sin que envíes tu salvación?[2]
Y he aquí que el hombre no escuchado (si alguna vez hubiese suplicado de veras) obra por sí mismo. De nuevo a la busca de su propia realización como Dios, decide que su violencia será justicia, mintiendo sobre la venganza.
Violencia en respuesta a violencia, odio a odio.
¡Qué lejana la Justicia!

La calculada locura del egoísmo ha provocado la hecatombe en Lower Manhattan cuando estaba a punto de licenciar a estos “recuerdos”.
Todo el mundo al instante ha tomado partido respecto a lo americano.
¡A favor o en contra!
Bonita estupidez. Consciente de no haber dejado pasar ocasión, a lo que recuerdo, de atacar a los EEUU, he tenido el convencimiento de que la nueva concepción del mundo y de la historia que de ahora en adelante tendremos precisaba de una profunda claridad de mi pensamiento.
Presunción: pecado original de todo lo falible.
He llorado a los muertos de los cuatro aviones, del Pentágono y de las torres. Las imágenes de un bombero que comienza a subir la escalera infinita, tal vez consciente -como se ha dicho- tal vez no (yo creo que no), desde luego despavorido, con sus oscuros ojos saliéndose de las órbitas, está fija en mí. El fotógrafo bajó inmediatamente, él continuó. Aquel chico murió poco después, su casco FDNY no pudo proteger sus aterrorizados ojos de ciento y pico pisos que se le derrumbaron encima, alrededor, debajo. ¿Retórica? No.
La gente muerta abrasada: un segundo antes, un empleado almidonado, uno después una antorcha consumiéndose.¿Puede un hombre convertirse en un combustible cualquiera? Nuestra piel tan cuidada, untada con amorosas cremitas, masajeada, besada, ¿puede de repente hacerse una bola e incendiarse? Nuestros ojos líquidos, cajas fuertes de emociones, ¿pueden secarse y arder en un momento?
¿Puede el hombre al que amas perder en un instante ese su ser voces y gestos, miradas, aromas, defectos, su llegar con ese modo de vestir, de andar, de mirarte, tocarte, acariciarte, y quedar reducido a una astilla de un material que las llamas consumen en pocos segundos?
Quizás el Hombre se ha hecho realmente Dios, el Dios del Mal.
El caso es que el ejército americano no es el arcángel San Miguel.
Pero pretende serlo.
Es esto lo que hace que no pueda amar a América como yo quisiera.
Confunden justicia y venganza, y esto se sabe. Pero que lo hacen aposta ¿se sabe? Es evidente. Han construido una sociedad basada en el bienestar personal, cuando Europa estaba demostrando la utilidad del bienestar colectivo.
Han intervenido en defensa de la Europa amenazada al menos en dos ocasiones. Pero, ¿fue únicamente altruismo? ¿Es que hay que ser comunista para reconocer que lo hicieron para salvaguardar y abrir mercados? ¿Lo ha combatido, el comunismo, por espíritu libertario o porque les cerraba el expansionismo comercial?
Es historia que para ocupar Italia se pusieron de acuerdo con la mafia. Esta, algo debe haber obtenido a cambio. Quién sabe cuánto dinero de aquella procedencia ha determinado o determina aún las vicisitudes políticas italianas.
Decimos América. Pero en realidad la responsabilidad de aquel pueblo -que vota mucho menos que nosotros- es la de adormecerse, ciegos, en aquel bienestar que, si bien se mira, ni siquiera es para todos. No es que entre nosotros no haya racismo; lo hay y mucho. Pero plazas para negros en los autobuses franceses no las ha habido nunca. Entre ellos, hasta que yo era un chaval.
No es ya que se consideren el centro del mundo, sino el único mundo. Eres bueno si piensas como ellos; si no, eres malo: y a los malos se los mata. Good the indian, dead the indian.
Son sinceros en su entusiasmo por América, pero ¿por qué se ponen unas anteojeras y no ven la alta tasa de violencia que permea su sociedad? Es violencia física y violencia económica, moral, intelectual. Ellos tienen derecho a entrar con armas en casa ajena, pero a menudo no reconocen el derecho a poner a uno de sus ciudadanos a disposición de la justicia.
Decimos América. Pero en realidad existe un grupo mundial que detenta el poder económico y que, sin embargo, parece -¿parece?- dirigido desde los EEUU, y que orienta las decisiones de los gobiernos. De los occidentales: ¡ni te cuento en el tercer mundo!
F.A.O., G8, W.T.O. Son las emanaciones evidentes de aquel poder, que las tendrá sin duda más recónditas.
¿Será casualidad que tras la administración hoy en el poder en EEUU estén las mismas caras del Vietnam (además, obviamente, de las del Golfo)?
Mi generación ha crecido leyendo “I Quindici”[3] y viendo miríadas de películas hollywoodienses. A continuación otros han empezado a comer Ketchup y cheeseburgers. Todos a beber Cocacola.
Sin reflexionar sobre por que en la Coke había coca y cafeína.
Sin entender que crean adicción, por lo que uno se vuelve dependiente, como auténticos drogadictos.
Sin reflexionar sobre por qué era ligeramente dulzona.
Sin comprender que se hacía aposta, de modo que ciertas glándulas de la sed no quedaran satisfechas (necesitan lo ácido, como saben muy bien los antiguos alemanes Amish de Pensilvania que van tirando a base de limonada) y reclamarán más consumo.
Esta es la cuestión, el consumismo: esta es la ideología que impregna, conscientemente o no, a América, y que esta está obligada a difundir por el mundo para garantizar su propia -estúpida- supervivencia. Por esto, también por esto, mis críticas en los “Recuerdos” frente a la pobreza y a las incongruencias del mundo. Pero este mundo al que nosotros, ricos, matamos de hambre, dejará de sostenernos. Los trabajadores vietnamitas dejarán de aceptar que se les paguen dos céntimos por ropa luego vendida a 40 dólares. O morirán o se hartarán.
Alguno, interesadamente, está ya insuflando el odio en las oídos de los desesperados. La religión es con frecuencia la coartada perfecta.
¡Cuánta mentira!
Porque, o bien en decenas de aquellas películas nos han dado a entender que tenían un nivel tecnológico impensable (recuerdo la “publicidad” verdadera de un satélite que se jactaba de poder escuchar la conversación entre dos soldados en una patrulla en Siberia) que en realidad no era más que ciencia-ficción; o bien no es posible que decenas y decenas de minutos después de que, uno tras otro, dos aviones se estrellaran contra el más alto rascacielos de la ciudad más importante del mundo, dejaran que les cayera otro avión encima nada menos que del Pentágono. ¿Pero cómo? ¿el centro neurálgico de la defensa no estaba defendido por Patriots, los misiles anti-misil? ¿No había nada de nada? ¿Bastaba tomar un aeroplano y tirárselo encima?
Los viejos generales soviéticos ahora se la cortan: ¡era así de fácil!
Venga ya...
¿Y las dos torres? Podría denunciarlos. ¿Me habían hecho subir allá arriba después de un buen rato de espera en el porche cuando todo podía caerme fácilmente encima? Fácilmente: porque no se me diga que el tortazo del avión justifica el colapso. Quizás la mega tecnología estaba mal proyectada.
Por Dios, sí, sus bombas abatieron las agujas de la Catedral de colonia y millares de otras, pero aquellas estaban hechas en pobre piedra por maestros de obra que no habían ido a la universidad.
Siempre que resulte cierto que el responsable es él, ese jeque ha sido un agente suyo. Espero que la cosa sea que lo han perdido, el control sobre él. Sea como sea, la idea es que se enfrentan dos instancias de poder. La clásica vieja lucha de poderes.
Mascarada.

Y ni siquiera es esto lo que me subleva.
No soy Emilio Fede ni algún otro de los otros siervos en nómina (ahora sí, después de estas palabras, ya me hacen komunista), aunque se me encoja el corazón por cómo son utilizadas las imágenes de los desesperados que, no sabemos con qué nivel de conciencia, han preferido darse el horrendo gusto del vuelo suicida al espanto de sentirse arder.
No son las evidentes mentiras, ni las patéticas preocupaciones por tratar de contar cuántos compatriotas pueden haber muerto, como si la muerte y la piedad exigieran pasaportes.
No es la espiral de odio religioso que, hasta hace pocos años creía, para los llamados occidentales, confinada a los libros que he estudiado, pero al que en cambio se está dando ya libre, aunque velado, desahogo.
No, no es esto.
Es porque la sospecha seca las lágrimas.
La racional y emocional sospecha, que asciende hacia la certeza inductiva, me impide llorar. Esto no podré perdonárselo jamás. Quisiera llorar lágrimas de todas las temperaturas. Quisiera conmoverme físicamente con los ojos del joven bombero, o con la vacilación del desesperado que después se lanza.
Quisiera, no lo consigo.

Y habrá guerra. La he llamado venganza: ahora sé que es parte de las cosas.
Tal vez antes o después conseguiré llorar. Por algún hombre o mujer o niño. Tal vez por el cadáver de un perro entre los escombros de una aldea musulmana en alguna parte de una tierra de antigua civilización. Olvidada.

Obnubilada está toda civilización.
¿Cuántas torres habremos de llorar desaparecidas?



[1]Terribilità” en el original italiano, Vocablo italiano habitualmente usado en el léxico artístico para hacer referencia al potente vigor e intensidad emocional en la concepción y ejecución de una obra de arte, cualidad originalmente atribuida a Miguel Ángel por sus contemporáneos. (N.d.T.)

[2] Habacuc, 1,2. (N.d.A.)

[3]I Quindici” era una enciclopedia juvenil, versión italiana de la estadounidense “Childcraft”, muy difundida en los años sesenta y setenta en Italia. (N.d.T.)