En Budapest ocurrió lo que uno solo ve suceder en las películas. Reenncontré, el día después, a una muchacha bella y dulcísima : iba en un autobús, allá arriba, en Buda, creo recordar que iba a la Nemzeti Galéria, estaba con una amiga entonada a ella. Al día siguiente, abajo en Pest, la descubrí irrumpiendo de las escaleras del metro. Era el último día del año. No podía irme en el frío. La dulzura de su persona (no solo de la cara) y aquellos ojos inteligentes me atraían mucho. Por desgracia, el húngaro es una lengua muy difícil. Le dirigí una larga (en la medida en que me es posible) sonrisa. El corazón empezó a agitarse: “Nada que hacer, cuando uno es tímido...”
Me devolvió la sonrisa. Milagro. Ya en el autobús, la verdad, el día anterior, había correspondido a alguna de mis miradas, sin que se diera cuenta la amiga. Hablaba con ella y, mientras aquella tal vez observaba por la ventanilla, o se miraba algo que tenía en el regazo, posaba sobre mí durante instantes eternos sus aturdidores ojos. El último, intensísimo, intercambio, tuvo lugar mientras yo bajaba y, aposta, me demoraba un poco sobre el estribo. Después la vi bajarse justo en la parada siguiente.
Las otras chicas de la ciudad, excepto las bellas y tristes prostitutas sin edad de los hoteles para occidentales, iban más bien a la suya. No hostiles, no, pero casi temerosas: o quizá invadidas por una reptante vergüenza por su condición económica, patente en las ropas y peinados, tan distinta de la nuestra, de los extranjeros. ¡Como si fuese culpa suya! Aunque tal vez muchos italianos y alemanes demostraran, con su miradas y comportamientos, creer que realmente era de ellas, la culpa.
Para volver a la película, y justo por ser una película, ella, naturalmente, hablaba inglés. El conocimiento de esa lengua, en Budapest, era una décima parte de lo que es entre nosotros: es decir, próximo a cero. Pero en las películas, ya se sabe, todos hablan la lengua de todos (o sea, el inglés, son películas americanas...) así que pudimos dialogar.
Se llamaba Leila.
Espero que se escriba así, al menos así lo escribiríamos nosotros. Charlamos un poco, ella se ruborizaba, le reían los ojos. Yo me embrollaba cada vez más, me salía el francés, decía cosas menos que banales; probablemente, también enrojecí.
Entonces, de repente pero pausadamente, le pregunté dónde pasaría aquella noche, la noche de año nuevo. Por un momento, tuve una vil esperanza: que no tuviese un plan preciso y se dejase arrastrar por la propuesta que estaba a punto de hacerle. Venir conmigo a la fiesta del Hôtel Forum, rodeados de ricos occidentales. Había visto los ensayos, prometía. Por suerte para mi conciencia, una segunda esperanza expulsó a la primera: que fuese ella la que me invitara a alguna fiesta de las de ellos.
“Tonight?” me preguntó, sorprendida de que yo le diese tanta importancia al hecho. “Bueno, estaré con mis amigos”
La peor respuesta.
Allí estaba yo, dentro de una marquesina de vidrio delante de la parada de Vörösmarty Ter, mirando el dulcísimo rostro magiar de Leila y sin atinar a articular palabra. Miraba sus ojos y me hacía la ilusión (¿o tal vez era cierto?) de reconocer un poco de arrepentimiento, también en ella, por haberme dado la peor respuesta.
“Oh yes, sure...”
Trataba de recomponerme, de hacer como si nada. Ahora, una nueva fase, empezaba a hacerme ilusiones de que en aquel chispear de ojos estuviese la esperanza de que yo insistiese. Pero no quería pasar por el típico italiano ligón, así que le fui con rodeos:”¿Es un manera típica de pasar la Nochevieja aquí?” Pregunta idiota, obviamente.
“For me?”
“No, I mean in Hungary.” Pero tonto: ¡dí que sí, que si para ella!
“Oh...”
Había llegado la amiga que esperaba, que se presentó en mitad de la escena con las manos en los bolsillos y se plantó allí, molesta, a ver la película.
Leila en ese momento se encontró muy, muy apurada, apagó los ojos y me trató como a un turista italiano, o alemán, u occidental en general. Hasta que enseguida llegó el momento de despedirnos. Yo reanudé mi marcha en el frío, frío por dentro. Ella se desvaneció en el vapor que habíamos generado en la marquesina delante de la parada de Vörösmarty Ter.
Pero un instante antes de desvanecerse en un fundido, se volvió velozmente, para un último cruce de miradas. Le brillaban los ojos.
Fui a la fiesta en el Forum. Cincuentonas austríacas todavía delgadas pero con el culo gordo hacían la conga al ritmo de “Que viva España”; sobre el escenario, cantantes del lugar cantaban con aire de femme fatale arreglos de canciones de Jesus Christ Superstar, el portero con la birretina se embolsaba sustanciosas propinas y dejaba entrar a grupos de italianos en vaqueros o en absurdos smoking, a jovencitos escandinavos, flacuchos también de cerebro, destinados a hacer de wallflowers, sujetacolumnas, decimos nosotros[1], alemanes ya borrachos soplando matasuegras (seguro que ellos los llamaban de otro modo) comprados en la calle. Los vendían por todas partes: la principal ocupación de los jovencísimos habitantes de Budapest era, de hecho, pasarse la noche chuflando estos instrumentos u otras trompetillas con el mismo sonido estridente y meterse al cuerpo por lo menos una botella entera de vodka u otro alcohol por cabeza. Con catorce años. Un modo típico de pasar la Nochevieja en Hungría.
Me escapé a la galería del primer piso, 6-7 metros más arriba del vestíbulo, las cincuentonas austríacas me siguieron, hablándome en español. Jugué al escondite detrás de algunas pilastras, conseguí despistarlas. Côté cours el espectáculo era pésimo, así que me dirigí côté jardin.
Quel jardin!
El Puente de la Cadenas, delante de mí, cabalgaba todo iluminado de tubos amarillo-oro el Danubio. El Mátyás templon, la iglesia de San Matías y Nuestra Señora, plena de luz, lanzaba sus audacias góticas a reflejarse en el río. Halászbástya, el Bastión de los Pescadores, y toda la Várhegy, la fortaleza de Buda, con Várpalota, el palacio real, en su majestuosa arquitectura asomada al precipicio, bajo la luz de los proyectores, dominaban suavemente la escena.
Me dejé seducir completamente por la visión, olvidando el barullo forzado del patio y volví a ver, así, fluctuando en aquella belleza, los ojos dulcísimos de Leila. El encuentro había sido breve, demasiado; pero intenso. Ella, al menos ella, había transmitido toda una historia de informaciones tan solo con los matices de sus ojos. Y en el vivirlos de nuevo, percibí dentro el encenderse de las pupilas, deseosas de vida, y su apagarse, temerosas de la desilusión. Atraído por la grieta de aquel contraste de fuerzas, me precipité en ella. Mediante sus ojos, Leila me guió fuera de aquella sórdida inmanencia. Y ahora pensaba en cuantas Leilas, pocos años antes de que yo naciera, habían ofrecido su dulzura como pasto para un sueño: nadie les había hecho entender que se trataba de una quimera. Y ahora vivíamos los días de la transición. El régimen aún era del viejo estilo, pero ya no mordía; el flujo continuo de marcos y dólares que inundaban desde el Casino hasta el último piso del Hôtel Hilton, allá arriba en Buda y caían sobre Pest, sobre Obuda y sobre toda Hungría, y antes o después, sobre todo el Este, lo había suavizado también, a aquel. Después volví a ver las escenas en el bar del hotel, las prostitutas semidesnudas sentadas en taburetes y los jóvenes italianos que les tomaban el pelo, se burlaban de ellas con una pesadez inusitada, y ellas aguantaban cariñosas frente al Homo Riminensis, y ellos se burlaban y les ofendían, y luego se cachondeaban entre ellos con palabras soeces en su sonido y en su significado, referidas a ellos mismos, a sus madres, a sus hermanas, mujeres, y seguían. Y habrían seguido, cada vez más vulgares, como si fuese un juego, si no fuese porque uno había dicho simplemente “stronzo”.[2]
¡Ah, no!, stronzo no, tú eso a mí no me lo dices. Y que casi llegan a las manos. Y aquel alemanote, derrumbado por la cogorza sobre la barra, que seguía pidiendo cervezas y se había cargado una jarra, luego una botella y unos platos, reía y repetía “Kein Problem, ich zahle alles” “No hay problema, lo pago todo” y sacaba fajos de marcos y pedía de nuevo y de nuevo rompía.
Yo miraba el Danubio, que había visto tantas cosas, y miraba el Puente de las Cadenas iluminado -¿quién sabe?- por primera vez, quizás. Pensaba en todas aquellas Leilas de un tiempo. ¿Había valido la pena crear aquellas premisas, para dar a la Leila de hoy aquella Budapest?
Esperé a que el metro volviese a abrir, a las cinco de la mañana, y volví a casa, en la periferia este. Cuando salí de nuevo a la calle, la habitual oscuridad de las ciudades sin farolas, venía apenas aclarada, allá al fondo, por los preparativos del alba. Una nueva alba, un nuevo año, comenzaban.
Pero tal vez por estos lares las albas no traigan nada bueno, tal vez por estos lares sea mejor soñar, vivir las noches, tal vez por eso yo, aquí en Budapest, tuve como musa a Leila, “aquella que ve con los ojos de la noche”.
[1] En español se suele llamar sujetacolumnas a la persona que, en las fiestas o en las discotecas, generalmente por timidez, no se atreve a participar y permanece apoyada en la pared. Tappezzeria en el original italiano. (N.d.T.)
[2] Stronzo en el original. Esta palabrota -que insulta a su destinatario comparándolo a un excremento- en la vida cotidiana, en Italia, la verdad es que se percibe como menos grave que otras (como aquellas que los dos personajes se decían anteriormente). Por supuesto, cuenta mucho el registro expresivo en que se profiere. Y esto nos lleva al particular uso que de las palabrotas se hace en Roma, en el contexto del autor, por tanto. Según cómo se digan pueden incluso llegar a ser halagos. Y en efecto, esto a veces crea problemas a los romanos con los demás italianos. La palabrota aquí usada, en Roma, puede utilizarse con el significado decididamente ofensivo, aunque con la baja gradación antes indicada (hay en cambio, por ejemplo, una perífrasis sinónima con un tono inequívocamente más fuerte) para desaprobar a uno que se comporta mal o incorrrectamente; y con el otro, mucho más suave y casi compasivo, de incapaz, inepto, ingenuo, incauto: con este segundo sentido, se usa a menudo hacia uno mismo. (N.d.T.)