Recuerdos de viajes de un italiano escondido

de Enrico Proietti

Traducción de Magdalena Álvarez
___________________________ . silenzi@live.it

Londres

03.03.2015 17:22

Antes de partir, fue la alegría de verte extasiada por lo inesperado.

Ya de regreso, es la luz de aquellos cielos londinenses abiertos para nosotros y que espléndidamente nos invadieron. Tal vez procedente de ti, allí como aún ahora. Creo que no has visto Londres, porque no eras tú quien lo descubría. No, no eras tú, sino alguna que era tú sólo en la forma, y ni siquiera del todo, pues aparecías transfigurada, mostrabas tu alma al desnudo, te revelabas cual desde siempre había intuido.
Si eso es el amor, el amor es hermosísimo.
Y más hermosa he encontrado cada parte de aquella ciudad volviéndola a visitar contigo. Ni siquiera éramos turistas. Éramos nosotros, tu y yo, viviendo para nosotros. En Londres. ¿Puede éste elevarse al lugar del espíritu? Para nosotros lo ha hecho.
Un Londres de los milagros. Los pequeños, del Tower Bridge que se abre ante nosotros, de la india Primasha o del tío bueno del negro Mick, que volvemos encontrar entre todos los millones de habitantes, de la magia de un lovely pub, del mismísimo sol, más mediterráneo que británico. Los grandes, que descubrimos dentro de nosotros y nos hacen ricos.
Y aún otro: tú, en realidad, no has descubierto Londres; en realidad lo has desvelado. Fuera todo velo meteorológico, fuera toda visión empañada. Solo luz del día y noches de luces, solo personas y almas, solos nosotros dos en un aura de felicidad. Esta tenía un punto de luminosa claridad, del cual tal vez provenía: tus ojos. Sí, ciertamente, de allí emanaba para envolvernos a ambos.
Han sido horas largas y amplias. Ha sido tu tiempo, la concretización de tus reflexiones sobre el tiempo, pasadas de pensamiento a realidad para nuestro uso y servicio. Hemos explorado dimensiones espaciales del tiempo, deteniéndonos sin desconfianza frente a preguntas simples y tremendas.
Serás tú quien las responda, sabrás hacerlo, cuando al fin quieras abrirte a ellas.
Entretanto disfrutas de la extensión de los días londinenses, extasiada medida de conocimiento. Revives instantes eternos de felicidad despreocupados de su imposibilidad. Saboreas la fascinación revelada, palpas la impresión sobre tu piel de aquella vida otorgada a la fantasía. Aquel tiempo está aún en ti; se ve. Se siente.
Y en realidad también en mí, a causa de su estar en ti, por razón de cuanto está en ti. Hemos llevado adelante nuestra unión a través de un Londres que era nuestro antes de que llegásemos. Simplemente hemos tomado posesión de él, con la realeza reconocida al amor. Magnánimos compartiéndolo con los millones de seres individuales que lo colorean con su propia existencia, devenida la nuestra majestuosa con la apertura de las almas, regalo primero y último de este viaje. En el que no he tenido necesidad de esconderme, protegido por ti, resguardado por tu sentimiento.
Has sido capaz de abrazar la ciudad sin excluirme, has cuidado también de mí, prestado atención a mis cosas: miedos, recuerdos, conmociones, alegrías y cansancios. Has sabido participar de ellos, pequeña gran reserva de empatía, corazón feliz y doliente, juego nunca olvidadizo de la oscuridad.
Has vislumbrado mi mente llorar dulcemente por algunos reflujos de la infancia, y nos has envuelto a ambos en el sueño; percibido velados lamentos y te has hecho medicina; imaginado banales hilaridades y te has dejado transportar a la profunda risa. Sin escorias ni señales que llevar de vuelta, una experiencia no concluida sino más bien de iniciación. Casi una catarsis, al menos para mí, necesitado de purificaciones.
Un Londres exuberante, sorprendido por un nuevo verano, mientras nos seguía en nuestra reinvención de él. Un Londres de cervezas pastosas y tiendas musicadas, de indios amables y arrogantes, de imperialidad. Metrópolis vivida a través de personas y personajes en precarios teatrillos al aire libre y en resplandecientes salas oficiales: y en el inmenso teatro de su día a día cosmopolita. Y nosotros dibujando los contornos de su escena para la representación que queríamos y que hemos tenido.
Al final, nada ha podido impedir nuestra naturaleza de protagonistas, primeros actores de nuestra historia maravillosa. Nos la hemos contado a cada paso, asignando los demás papeles a aquellos a quienes nos acercábamos: eran las dependientas españolas, los inflexibles vigilantes armados de cámaras de fotos y los descuidados descargadores, el curioso pequeño tropel a la espera de ni siquiera sabía quien. Eran nuestras sombras sobre las firmes aceras, era el mismo público que animaba Londres.[1]
Así hemos vivido, etéreos pero concretos, nuestro extenso tiempo londinense.
A la vuelta, no has visto el Canal de la Mancha de noche: que sepas que Dover te ha despedido triste, añorándote a ti y a aquel bufo casco de plástico que una disparatada contingencia te ha forzado a llevar. Ha dicho que estabas muy linda con aquello en la cabeza. Que parecías de casa, allí, en aquella tierra que solo para ti se había mostrado con el mismo calor que tú llevas dentro.
Ahora escoges qué imágenes quieres guardar y te das cuenta complacida de que son todas, ni una merece la papelera del olvido. Te deleitas con el fluir de un río de recuerdos que a veces discurre plácido y poderoso y otras prorrumpe en la impensable fragilidad de rápidos y cascadas abarrotando la memoria de vistas, sonidos, emociones, juicios. No quieres pararlo, es más, deseas que te arrastre. También yo lo quiero para mí, también yo quiero inundar mi campo que hace poco se ha vuelto fértil. Producirá frutos aún mejores y cosechas finalmente no agostadas.
Lo he comprendido uniendo a tu mirada la mía en busca del final de una larga hilera de blancas casas eduardianas, o del descubrimiento de un nuevo color de los cabs. O a lo largo de la ribera del Regent’s Canal en Camden Town; y también en el repentino y apurado agobio por una espera nocturna en Shaftesbury avenue. Pasajes todos memorables de nuestro cuento de Londres.
Y en Londres he comprendido de verdad que esta historia quiero contarla para siempre, que no es la mía, sino tu parte la que me interesa.
De tantos acontecimientos no sé cuál sea el más nuestro, y tal vez la duda es tonta porque Londres, nuestro Londres, ha sido un único momento. De amor.
Ha sido bueno vivirlo contigo: aún mejor será continuarlo para siempre, ojos color del alma.

 

Has amado Londres y yo te he amado amándolo. Quizás un día sabré hacerte amar también París.

 

Not a red cabin
near Marble Arch,
nor the luxury
of an Egyptian
hall full of dreams

Not me
Not you

but we together
made the magic

Spent ev’ry hour
like souls in glory

*  ^   *   ^  *

Neither all the nicest ones passing by
nor those we met

Not a single person, being or thing
in this big town
in this Greater
Wonder of joy

Not you
Not me

but I wanted everybody to know
that I love you

 



[1] Hay razones para creer que estos "eran" sean un homenaje al poeta Eugenio Montale, en particular en el poema “Spesso il male di vivere ho incontrato” ("A menudo he encontrado el dolor de vivir"), en el cual  juegan una clara función rítmica tanto  como dan énfasis a la sensación del mal que se cierne. Y es sin duda singular, pero claramente así querido, que aquí se utilicen para destacar algunos elementos positivos, casi haciendo de contrapunto. (N.d.T.)