Recuerdos de viajes de un italiano escondido

de Enrico Proietti

Traducción de Magdalena Álvarez
___________________________ . silenzi@live.it

Praga

01.08.2015 10:40

O Fortuna,
velut luna

statu variabilis,…

Mein Gott, das ist...

…semper crescis
aut decrescis;...[1]

Estas son... Sí, son las inconfundibles notas del Carmina Burana de Carl Orff, las siempre confusas voces de los cantos goliardescos medievales musicadas en los años 30 por el gran Orff, las que resuenan mágicas en la mágica Staromĕstské Námĕstí. No es posible. Venir a la ciudad etiquetada por el turismo como mágica, atemperar las sugestiones en la contaminada periferia, enfadarse en la estación pululante de malvivientes, y después banalmente, justo en el corazón destinado a la seducción, dejarse subyugar así de repente.

…In Fortune solio
sederam elatus,

prosperitatis vario
flore coronatus;
quicquid enim florui
felix et beatus,
nunc a summo corrui

gloria privatus…[2]

No se puede pasear por las calles del Hrad, el Castillo, creyendo que en aquellos talleres lustrados y acicalados para los turistas, realmente los alquimistas inventaran el oro. No se puede. No, mí mismo tangente, no se puede. Por debajo, los tranvías dobles cargados de viajeros que chirrían por las vías curvilíneas, devuelven a la realidad empírica. ¿Penetrar la fotografía del viejo cementerio judío e imaginar, entre aquellas estelas despiezadas y apiñadas, que el ahijado inesperado de Rabbi Löw, el Golem, os ronde todavía? Allí cerca, memorias caligráficas, los nombres de los 72.000 hijos de Judá deportados, pacientemente bordados en la yesería, reconducen a la crudeza de la historia y no a las leyendas.
El Doctor Fausto vivía en una casa cutre, también la tumba de Kafka es banal; no he puesto allí ninguna piedrecita, y lo único para recordar de aquel sitio es la kipá  (o como diablos se escriba), el casquete judío que a la entrada te obligan a ponerte. Fuera, a lo largo de la ancha calle que te lleva fuera de la ciudad, los autobuses te envenenan con sus escapes pestilentes y los Trabant se lanzan en cautas carreras entre un tumbo y otro.
Sí, el centro parece la escenografía de una fábula, pero ¿no será el decorado de un juego para niños, más que las bambalinas de un espectáculo tridimensional? Ya hay McDonalds, tiendas de deportes de varios pisos, algún potente automóvil alemán, los tranvías pintados con publicidad. Hordas de turismo de masas.
Pero está también Týnský chrám, la Iglesia de Nuestra Señora de Týn, con sus  torres de cuento, y bajo ellas ahora, esta tarde, resuenan las voces de los Carmina. ¡Así que algo debe haber!

...Floret silva nobilis
floribus et foliis.

            Ubi est antiquus
            meus amicus?
            Hinc equitavit,
            eia, quis me amabit?

Floret silva undique,
nah min gesellen ist mir we…
[3]

Pero no, mí mismo ya ido, ¿qué haces?, ¿justo ahora vuelves?
Esta música contemporánea brota de las capas ancestralmente más antiguas de nuestra cultura occidental. Proviene del corazón más profundo del pensamiento y del sentir europeo, y aquí, en el corazón quiescente de la Mitteleuropa, reaflora esta tarde para capturar, inesperada, un alma indecisa entre las entrañas y el cerebro, lista para huir de la fuerza centrípeta y recorrer vías tangentes centrífugas a la racionalidad.
No es para caer en la habitual equivocación, o sea, para usarla como acompañamiento o preámbulo a visiones apocalípticas. Aquí, por otra parte, días finales ya los ha habido: fin rápido de un régimen, descomposición de un sistema pero, con él, también de valores; mejor dicho, descubrimiento de que aquellos que se pensaba fuesen valores, existentes pero ahogados por el totalitarismo, en realidad no eran tales. He aquí el triunfo del consumismo, no menos totalitario aunque de manera subrepticia.
Duele ver los sport apparels americanos extenderse como mancha de aceite, a los chavales checos comprarse a 180 marcos -alemanes- zapatillas de goma fabricadas en Malasia o en Vietnam por chavales pagados con un bol de arroz (y ojalá fuese retórica); como dolía ver descollar a aquellas velocistas con barba y muslos de cuarto trasero de buey. Los Trabant still se tambalean, pero el negro de los Mercedes Super Clase se dibuja con increíble frecuencia sobre neumáticos de perfil rebajado.

…Chramer, gip die varwe mir,
die min wengel roete,
damit ich die jungen man
an ir dank der minnenliebe noete,
Seht mich an,
jungen man!
lat mich iu gevallen!…[4]

Y estoy ahora sentado como un turista cualquiera en la terraza del café-restaurante frente al monumento en honor a Jan Hus. Así pues, no he invenido piedra filosofal alguna; no he tenido visión alguna sino la de un pobre infeliz obligado -como en una tasca para turistas del Trastevere- a encarnar al buen soldado Švejk en una tasca para turistas en Na boÿšti.
¡El Castillo! El Castillo es solo un lugar donde cuantos más tiques pagas, más ves. Puedes sacar un abono como en Disneywold. La ventana del cuarto de las defenestraciones, antiguo deporte nacional repetido en épocas diferentes, no es en definitiva tan alta.
La Plaza de Wenceslao está sin santos; una avenida en pendiente enferma de vida errada: por desgracia, la única justa, la de Jan, del otro Jan, se quemó como una flor sin agua en el invernadero. Así ahora estoy sentado como un turista cualquiera en la terraza del café-restaurante frente al monumento en honor del protestante, y una pandilla de chiquillas y chiquillos americanos, evidentemente un coro juvenil fuera de casa, se ha sentado en los bajos escalones a los pies de Hus y ha atacado el encanto. Son perfectos, cantan con los ojos cerrados, transportados por las entonaciones y por el lugar que no ven pero que vuelven a soñar a tempo de música. He aquí Praga: una partitura incompleta pero precisa, que se eleva donde la esperabas que golpeara, disonante y sin embargo sublime. Esta es su magia.
Es su existir, es su estar apacible y gozosa, es su ser luminosa y secreta, gótica, renacentista, barroca, modernista; seductora y dejada, fétida y perfumada. Ser una ciudad alemana donde se ha decidido hablar una lengua extraña, pero espejearse de levante, al centro y al oriente de un mundo que la ha redescubierto hace poco, de espaldas a Alemania.
Y estos chicos, aun siendo americanos, deben haber tomado su magia de Praga y, en este atardecer de largo crepúsculo han sentido el impulso de celebrarla con las notas evocativas de Orff. Notas equivocadas, notas mal acompasadas, notas mágicas.
Pero algo hay, lo hay. Un dato que aún faltaba. Aquí se avanza a sugestiones  Se miran fachadas, piedras, oros y esmaltes auténticos como en un parque temático. Y en cambio esta es una ciudad, nacida para vivir. Y a Praga la vida le ha dado alegrías y dolores; lo habitual.
Toda la gente vociferante la interpreta en la alegría: ¡La habrá tenido! Yo he sentido enormes sus dolores: del pasado, certificados, y del presente, identificables entre las pausas de una riqueza demasiado veloz, exterior, no conquistada.
Pero existe un elemento que atempera el sufrimiento. Creo que antes también funcionaba. Cerveza: pivo. No tanto aquella excepcional oscura que se bebe u Flecku, en el gracioso jardín-cervecería floral, espléndido fruto de lectura episódica de guía sino los ríos de pilsen servidos con gozo en largas mesas de madera desgastadas por el uso, al lado de quien se tercie. Litros y litros de líquido rubio, diuresis excelsa del cuerpo y del alma.

…In taberna quando sumus
non curamus quid sit humus
sed ad ludum properamus,
cui semper insudamus.
Quid agatur in taberna
Ubi nummus est pincerna,
hoc est opus ut queratur,

si quid loquar, audiatur…[5]

Almas contentas y dramáticas tienen los praguenses. Fuertes, rigurosas: y rientes y melancólicas. Es tal vez precisamente la ironía la clave para leer aquellos pináculos de leyenda, aquellos colores de cómic. Después, como el pasaje del centro a la última periferia, se desvanece incomprendida: y queda el extraño valor de quemarse en protesta.
He aquí, dulce Praga, quien tendrá que amarte. No contra su voluntad. Persuasiva Praga. Escoje los colores, haz que tus mejillas no estén pintarrajeadas como una puta. Moderna Praga, no traiciones tu historia.
Praga, pràh, tu nombre es umbral: de magia, de libertad.

Fortuna, Imperatrix Mundi, crezca tu luna sobre esta Praga.

Pero estoy sentado ahora como un turista cualquiera en la terraza del café-restaurante frente al bronce al capostípite del loco valor bohemio. Mucho he pensado mucho, he comprendido poco.

Ceno
Jan Hus nos mira

desmemoriados
consumir el presente
restituido
a un pueblo
que en silencio
ha hecho votos
a eternidades trágicas
Escribo
Jan Hus nos mira
engreídos
apropiarnos de las lágrimas
evaporadas
a un pueblo
que con tenacidad
ha resistido
a peores locuras[6]

(No escuché la Cour d'amours, pero...

…Circa mea pectora
multa sunt suspiria

de tua pulchritudine,

que me ledunt misere…”)[7]


 

 



[1] ¡Oh, Fortuna,
como la luna,
de condición variable,
siempre creces o decreces!

[2] En el trono de la fortuna
me había sentado yo, elevado,
coronado con las variadas flores
de la prosperidad.
Y en verdad, tanto como florecí
feliz y contento,
después, desde lo más alto, caí,
privado de la gloria.

[3] Florece el magnífico bosque
con flores y hojas.

¿Donde está mi antiguo amante?
¡Ah! Se fue de aquí a caballo.
¡Ay! ¿Quién me amará?

Florece el bosque por todas partes,
y yo echo de menos a mi amor.

[4] Tendero, dame maquillaje
para sonrosar mis mejillas;
así yo podré obligar a los chicos,
quieran o no, a amarme.
¡Miradme,
muchachos!
¡Permitidme que os agrade!

[5] Cuando estamos en la taberna,
no nos preocupamos de qué sea eso de la tierra,
sino que nos apresuramos hacia el juego,
por el cual siempre sudamos
Lo que se hace en la taberna,
donde el dinero es el que trae las copas,
esto es lo que es necesario averiguar,
así que escuchad lo que os voy a decir.

[6] Recordad que el texto íntegro original de este poema y del relato, como de todos los demás, se encuentra en el sitio en italiano. (N.d.T.)

[7] De mi pecho
brotan muchos suspiros
a causa de tu belleza,
que me hieren miserablemente.