Recuerdos de viajes de un italiano escondido

de Enrico Proietti

Traducción de Magdalena Álvarez
___________________________ . silenzi@live.it

Cascanueces

21.11.2015 16:07

Perdona por lo de antes
tú no tienes ninguna culpa
pero no tenía ganas

de hablar con nadie
¿Mañana será otro día?

[sms, 2000]

 

Pero el viaje más hermoso es el que aún no he hecho contigo, pequeña mamá escondida bajo la coraza del tiempo. Más pequeña aún cada vez que te sientes fuerte y crecida.
Tal vez lo hagamos cuando haya conseguido penetrarla, esa tu armadura de miedo. Hasta de las palabras tienes miedo. Por eso digo “esa tu”, porque espero que te haga daño, y que entonces vengas a llorar el dolor sobre mi hombro, abandonándote a mis partidas continuas.
Viajaremos juntos; y será hermoso. Sí, pequeña gran mamá, ni más ni menos que hermoso, ¿te parece poco?
Quiero llevarte a visitar los confines de la fantasía, darte aquello de lo que hoy te privas y finges no desear siquiera. Pero las punzadas de dolor que sienten tus ojos mientras los apartas de mí te traicionan, pequeña madre de tus hijos. Quiero conocerte cada vez mejor, como el viaje puede hacer posible, correré el riesgo de no desearte más, sin perjuicio de que tu mirada de abandono libere nueva ansia de ti.
Ir contigo de meta en meta, sin lazos que nos encabestren, como por desgracia sucede ahora. Pero olvidaremos todo, únicos dueños de nuestro arbitrio. Te redescubrirás maravillosa: comprenderás que es cierto cuando te lo digo; cuánto lo es.
Y quizás finalmente rezarás. Pequeña mamá gran mujer incompleta.
Yo lo hago ya, lo imaginas, para que se hagan realidad aquellas tus palabras que de vez en cuando repites, aunque sea disfrazándolas con lágrimas de ironía: que haya una segunda vida. Donde podremos ser felices juntos. Donde podré moverme contigo al lado y con tu belleza; la que muestras y la que reservas. Donde podré acercar tu piel a la mía y sentir la acostumbrada descarga, milagro que se repite intacto. Colmaría tus íntimas expectativas. Me estoy disponiendo en todo caso a saber hacerlo, pequeña mamá de esta vida.
Lo mereces, lo necesita ese tu ser pequeña para cada ternura que retienes: como retenida estás tú a este muelle del día a día. Y haces como si te gustase la tranquilidad de la dársena, pero percibes que en esa agua inmóvil se estanca tu capacidad de amor.
Pequeña mamá temerosa, así pues yo quiero conducirte hasta la tempestades fragorosas del océano, entre los oleajes que cortan la respiración, a pelear contra terrores reales. Ya no tienes que enfrentarte a las insidias de los temores banales, implícitos a este sobrevivir quieta.
Quiero convertirte en protagonista de una ventura de la que tú misma diseñarás los escenarios y los lugares, sabiendo que me gustará también a mí. Te estaré cercano como y cuando lo quieras: afrontaremos todas la pruebas sabiendo que las venceremos, superaremos cualquier  frontera, vagaremos sin otro destino que el que hayamos establecido para nosotros mismos.
Te despertarás en sitios lejanos y me encontrarás al lado. De fuera provendrán voces de un mundo distinto donde te ayudaré a perderte o de donde te sacaré al seguro: como tú quieras. Como lea en tu mirada, primera imagen de cada nuevo día, último espejo antes de cada noche.
Pequeña mamá de los ojos acallados, hazlos hablar. Vámonos, partamos, volemos a donde pueda dilatar esos instantes fugaces de serenidad que ya así consigo darte: hacerlos explotar en los espacios más increíbles, que medirás con tu alegría de vivir sin fin. El tiempo nos entregará cada mañana arena nueva que pasar por la clepsidra de la felicidad; y si es poca la haremos discurrir lentamente, contando uno a uno los granitos y confiando a cada uno un mensaje de vida. No los retendremos, no, los soplaremos para que lleven nuestras emociones a lugares en los que ya habremos estado, para que en ellos permanezca nuestro recuerdo, y a aquellos que aún no hayamos visitado a fin de que señalen los caminos a recorrer y los hagan dignos de tus pasos.
Y la arena que fluirá a través del cuello erosionará los rastros póstumos de tu sufrimiento, y del mío, espectador impotente y forzoso bajo el palco en que se representa tu existencia. La mía, sabes, espera a que tú, precisamente tú, le reescribas el guión. Que solo podrá ser magnífico. Así finalmente te comprenderé, podré comprenderte: tú me darás la razón e hacerlo. Tú que aprenderás a partir sin nada que dejar listo, bastándote tú misma, tu voluntad de descubrir: pensando en el gozo del paso a dar y no en la angustia por un terreno desconocido. Nada, de hecho, nos traerá infelicidad, cuando hagamos este viaje juntos. Tú y yo, pequeña mamá privada del espacio y del tiempo.
Reconquístalos. Y parte conmigo.

 

Yo era perro-montaña: tal vez me estoy volviendo perro-mar. ¿Irá bien igualmente?
¿Y tú?, ¿qué haces tú?